Soneto - Tercera clase: Historia - por Jorge Luis Estrella


Me contó un simpático pajarito que, en la primera mitad del 1200, el poeta italiano Giacomo de Lentino inventó el soneto. Después, nada menos que el mismísimo Dante (nacido en 1265 y muerto en 1321) lo ensayó en su obra Vita Nuova y la perfección del género llegó con Francesco Petrarca (nacido en 1304 y muerto en 1374) que incluye en su Cancionero 317 sonetos dirigidos a su amada Laura. Ya en el 1500, se aclimata en España con Boscán y Garcilaso, aunque casi un siglo antes, el Marqués de Santillana había escrito “Sonetos fechos al Itálico modo”. En el Siglo de Oro se convierte en favorito de los más grandes poetas y aún de los no tan grandes. Hay uno anónimo (o con varios autores posibles) conocidísimo “A Jesús crucificado”, una verdadera joya. En la época neoclásica fue poco cultivado y tampoco los románticos se sintieron tentados a usarlo. Salvo los ingleses (claro que ésta es otra fuente clásica) Hasta ahora hablamos de la fuente italiana o petrarquista pero también está la inglesa o Shakesperiana, ya que el genial dramaturgo fue gran cultor de esta estructura poética. Aunque hay que recordar también los Amoretti (1596) de Spenser. La lengua inglesa es menos rica en rimas que la italiana y se produjo una adaptación de la forma. Los cuartetos son tres, cada uno rimado de diferente manera y un dístico final que cierra el conjunto. En el siglo XVII lo cultiva Donne en sus Poemas Divinos. Después de un siglo de opacidad, los románticos Wordsworth, Coleridge y Keats lo hicieron renacer.
Volviendo a la fuente italiana debemos decir que los modernistas lo emplearon con frecuencia tanto en versos endecasílabos como alejandrinos. Y, justamente, compuesto con estos últimos, me vino a la memoria, una memoria muy emotiva, por cierto, aquel soneto del libro “Azul” de Rubén Darío.

DE INVIERNO

En invernales horas, mirad a Carolina,
medio apelotonada descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Alencón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis;
abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

OTROS EJEMPLOS