Soneto Alejandrino-segunda clase

El soneto es, de las formas tradicionales, la que se ha mantenido viva a pesar de que, para muchos, es también una fórmula obsoleta. Yo, que nací a la poesía contando sus sílabas y pergeñando sus rimas, buscando alcanzar el resultado más cercano a la perfección, luego dejé de usarlo porque me moví en grupos que lo veían con malos ojos o lo aceptaban a regañadientes. Volví a él cuando me inserté en la lista de Internet, Muestrario de Palabras, donde hay integrantes que lo practican con absoluta solvencia, caso Cristina Longinotti y Blanca Barojiana. A partir de ese momento, he encontrado más y más poetas que lo cultivan y lo hacen con verdadero amor. También hay poetas que son verdaderos promotores de poesía como Gustavo Tisocco que, aunque no son afectos a los textos con rima sin embargo, publican sonetos, por ejemplo, los de Andrea Álvarez.
Aunque la métrica natural del soneto pide versos endecasílabos, o sea los de once sílabas, también hay sonetos en versos alejandrinos, o sea de catorce sílabas. he aquí un soneto alejandrino de mi autoría, que le gusta mucho al excelente cuentista argentino Carlos Adalberto Fernández. Una particularidad de este tipo de composiciones es que las catorce sílabas constan de dos hemistiquios de siete sílabas. En medio de los hemistiquios queda la cesura, o sea una pausa. Yo lo voy a leer tratando que se note que el ritmo es: siete sílabas, pausa, siete sílabas. Así, en cada uno de los catorce versos.

LA MUERTE, DE PRONTO

Temo encontrar la muerte, que se cruce conmigo
una tarde, de pronto, al doblar una esquina,
que me tome del hombro como quien va y camina
por la calle del centro con su mejor amigo.

Que al entrar a mi casa y al abrir el postigo
compruebe que el ruidoso no cruje ni rechina
que la planta no crece, que el pájaro no trina,
que el pan es un recuerdo despojado de trigo.

Que la he perdido a ella, que ella me ha perdido,
que mi boca está lejos del calor de su boca,
que su grito se esfuerza por llegar a mi oído.

Que no puedo ayudarla aunque se vuelva loca,
que ya no tengo oído, que ya no tengo boca,
que nuestro amor se haya a merced del olvido.

Jorge Luis Estrella

OTROS EJEMPLOS